Manuel Maquieira nace en Vigo, de su infancia y juventud poco sabemos, algunas anécdotas relatadas por él, jugaba al fútbol de portero y se divertía con sus amigos con los que realizaba alguna escapada a las islas Cíes, donde pescaban y se preparaban la comida, aprovechando un barco que iba por la mañana a llevar a una cuadrilla de obreros, que construía las infraestructuras de las islas, regresando al anochecer.
Se siente llamado a dedicar su vida al servicio de sus semejantes y elige el sacerdocio, ingresando en la compañía de Jesús. A finales de los años 60 y como parte de su formación es destinado a Gijón, a la escuela de formación profesional Fundación Revillagigedo, donde pasa una primera etapa de dos años, después de los cuales le envían a Madrid. Vive dos años en el barrio de San Blas, participando en la educación, formación, organización y vida social del barrio y trabajando en una empresa junto con algunos vecinos.
MANUEL MAQUIEIRA CASALEIZ (1947 - 2006)
Difícil empeño resumir una vida intensa, de vivencias poco comunes, describir a una persona que ha sido un ejemplo de entrega hacia los demás, al que todos recordamos con cariño, admiración y respeto.
Regresa a Gijón, de nuevo a la Fundación Revillagigedo, en la que permanece hasta finales de los 70. En ella se dedica a los jóvenes, enseñando diferentes materias, promocionando el deporte, el fútbol -su afición- y la montaña, transmitiendo su fe en el ser humano y su apuesta por las personas. En la “Fundación” el pequeño cuarto donde trabaja, siempre abierto, es lugar de encuentro para muchos, donde compartimos y aprendimos algunas de las lecciones más importantes.
Realiza un curso de soldador que le sirve cuando, tras dejar Gijón, se traslada a San Ciprián (Lugo), a trabajar en la construcción de la fábrica Alúmina Aluminio. Junto con otros amigos alquilan y arreglan una casita en Xove donde forman una pequeña “comuna”. Al terminarse la fábrica y el trabajo, emprenden nuevas actividades productivas, cultivan fresas y judías y crían conejos. En primavera Manolo se embarca en la campaña del bonito y, en el verano, da clases a los jóvenes del pueblo para preparar los exámenes de septiembre.
Aquello estaba organizado y decide irse a otros lugares donde fuera más necesario su labor. Ordenarse sacerdote era un paso necasario y lo hace en la capilla de Xove, arropado por su familia, todo el pueblo y muchos amigos, con el oficio del obispo de Mondoñedo.
A mediados de los ochenta se marcha para Honduras, luego El Salvador y termina en Guatemala.
En sus visitas, Manolo nos cuenta la terrible realidad: las guerras, la violación de los derechos humanos, la falta de recursos, el desarraigo familiar, las necesidades sanitarias, escolares y de vivienda. La vida es para aquellas personas una constante y agónica lucha, con desesperanza y reiteración de fracasos que les lleva al abandono, al pillaje, al robo, a la droga, a la cárcel y a la muerte.
Se instala en el Puente, barrio de chavolas bajo el puente de Belice, y se entrega a su nueva labor con pasión y valor. Monta un taller de confección para mujeres jóvenes, un colegio para reincorporar a los jóvenes al sistema educativo, da y recibe cariño. Se enfrenta a los pandilleros, amos del barrio, que agreden a “sus hijos”. Le preparan emboscadas para matarle en varias ocasiones y advertido por personas leales logra esquivarlas. Vive con un estréss enorme y su enfermo corazón se para el 8 de octubre de 2006, el marcapasos de segunda mano que le implantaron unos años antes no fue capaz de evitarlo.